No hay nada como la lucha libre… ¿quieres comprobarlo?

¿Estás preparado para que se te erizen los vellos?

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21 de febrero de 2011. California. Una cabaña. Una cabaña en el medio de la nada. En la arena, las penumbras. Gritos, muchos gritos forman un todo parlante que se converge con las imágenes, la expresión sonora de una ansiedad desenfrenada por alcanzar el clímax. Es la excitación incitada por la cuenta regresiva y no existe tal cosa como escapar de ella. Es tan simple como eso. El público la hace sonido, ferviente y en trance, repitiendo números que surgen y se evaporan de manera fugaz para dar paso a otros números, a la gran revelación.

Poco se puede avistar más allá de lo que se muestra, pero los oídos trabajan a todo galope mientras la música de suspenso se filtra en la arena. Allí, en ese otro lugar de las imágenes, acaso el famoso Death Valley, o alguna zona climáticamente desfavorecida de Texas o vaya uno a saber dónde, la cabaña es golpeada por una lluvia galopante. La cuestión es que ese remoto lugar, ubicado en algún rincón del mundo, es el centro de un mundo más pequeño. Un mundo bastante diminuto en la inmensidad del universo, verdad; resulta, no obstante, que no hay mundo más candente en todo el universo que éste, tan diminuto pero efervescente, aunque sea durante estos instantes. Son segundos clave que al ritmo de las agujas del reloj se convierten en una sensación palpitante, creciente, una cosa cada vez más cercana que poco y más nos respira en la nuca y nos susurra al oído. A esto se le llama “vivir en el momento”, y tan extrañamente se sucede todo que al mismo tiempo nos resulta imposible evitar la necesidad de acelerar el presente, imposible no querer estar un paso adelantado al tiempo real. La cuenta empieza en 25, va bajando deprisa y cuando llega al 21 un relámpago hace relucir la pantalla y da luz a la oscuridad (la oscuridad que rodea la cabaña y la oscuridad de la arena excitada).
A medida que desciende el conteo es que algo, al principio un calor naciente dentro de nuestros estómagos, se transforma en fuego ardiente. Justamente en el momento donde solo diez meros segundos nos separan de la gran revelación es que las llamas vehementes se vuelven sofocantes, terriblemente sofocantes. Pero no en el mal sentido. Esto es lo que estábamos esperando. Por más que nos queme, es un fuego gratificante. Es adrenalina en su forma más pura. Es el corazón dando brincos de entusiasmo. Y 9, 8 (escalones humedecidos por el agua, aguardan por el contacto de los pies incógnitos), 7, 6 (imágenes oscuras del interior de la cabaña), 5, 4 (el foco está ahora en la puerta delantera, de donde, en instantes, saldrá la persona por la que tanto esperamos)…

3… 2… 1.

La puerta se abre de par en par. Es empujada por una mano de guantes negros que tanto supo sobre ocasionar daño a través de los años, las décadas, como también supo de recibirlo, y como también supo de éxitos… Y de oscuridad. Especialmente de oscuridad. Es a fin de cuentas, la mano, una extensión del hombre que ahora se deja al descubierto. El hombre… O, dicho con propiedad, el hombre muerto.

Es el Undertaker. Por supuesto.

undertaker 2.21.11

La gente grita el grito más sonoro. El Undertaker pone los ojos en blanco. Es el hombre muerto en su máximo esplendor.

Es el hombre muerto en su máximo esplendor. El sombrero de mortero descansa sobre su cabellera mojada; el cuero cubre lo inmenso de su humanidad, desde el traje, pasando por los guantes, hasta las pesadas botas que lo calzan. Decidido, da unos pasos adelante hasta dejarse ver plenamente. La gente grita el grito más sonoro. El Undertaker pone los ojos en blanco. Es el hombre muerto en su máximo esplendor.

“No hay tumba que pueda soportar mi cuerpo”, se oye cantar a Johnny Cash. “Cuando escucho las trompetas sonar, de la tierra me voy a levantar”. No hay tumba que pueda soportar mi cuerpo, escuchamos una última vez antes de hacerse las penumbras por completo.

Y entonces…

¡Gong!

Si quedaba un alma por sumarse a la misa de bienvenida, aquello cambió tan pronto las imágenes previas (la cabaña, la lluvia, el Undertaker) traspasaron la pantalla para fundirse con la realidad 3D. “The Phenom” hace acto de presencia al son de la marcha fúnebre, desplazándose lenta pero resueltamente por la rampa, envuelto en humo que simbólicamente bien podría representar la mística, esa mística que él y solo él ha logrado a través de la historia. A paso firme, con fuego de fondo (éste literal) y un cartel que desde las gradas lee “Él se levantará”, ilustrando de la mejor manera lo que estamos presenciando, el hombre muerto vira a su izquierda, levanta levemente su traje y asciende por las escaleras metálicas camino al ring. Se detiene, sube las manos. Se hace la luz.

Ingresa en el cuadrilátero. Vaya que valió la pena la sorpresa. Se lo esperaba y aquí está, observando ahora sus derredores, con sus ojos inexpresivos pero con esa aura incomparable. No requiere de movimiento alguno para enloquecer al más cuerdo. Eso es, después de todo, exactamente lo que está practicando ahora mismo. Observa. Y sigue observando. Detrás suyo, su icónico símbolo le hace compañía mientras la música baja en intensidad, pero los fans, aún compenetrados, la incrementan. Se dispone a quitarse el sombrero y deja ver sus cuencas vaciarse ante el rugido de las miles de almas presentes, cuando…

¡Es hora de jugar el juego!

Suena heavy metal, suena Motörhead, y eso solo puede significar una cosa. El Undertaker lo sabe, los fans lo saben, todo el mundo lo sabe.

Desde el ring, el hombre muerto mira sorprendido hacia la rampa. Las cámaras le hacen el primer plano debido y uno se percata fácilmente cómo el reflejo del titantron le pinta los ojos de verde, lo cual corresponde con la “invasión” que está en puerta. ¿Hablábamos de la locura del público? ¡Pues increíblemente, ahora ha sido multiplicada! Todos esperaban de alguna forma u otra al Undertaker, pero vaya que no esperaban a Triple H. Los concurrentes fueron con la expectativa de ver a una leyenda viviente… y se encontraron con dos.

triple h undertaker 2.21.11

La música de Motörhead se desvanece, dando paso al careo y los cánticos. Triple H se acerca todavía más al Undertaker y esto, señoras y señores, pasa a ser un hervidero.

Se bajan las luces y quien surge es nada más y nada menos que «The Game». Campera de cuero, anteojos oscuros y agua escurriéndosele por la boca y la nariz. Fija la mirada en el ring. Se quita las gafas, la campera, pero lo hace apenas presentando atención a sus actos, porque solo cabe vendetta en su cabeza. Así se refleja en su caminar amenazador, asegurándose en todo momento de no quitar los ojos de su objetivo. Un objetivo que atemorizaría al más valiente. No es un problema para él, que se acerca al ring intercambiando miradas con la única persona que lo espera sobre la lona. Solamente interrumpe el contacto para ingresar, voltearse y estratégicamente, mostrar sus armas. Da la espalda al Undertaker, no sin antes echarle un vistazo desconfiado que emana vibras de “no me olvido de ti” y/o “checa esto”. Y hace lo suyo. Afronta al público, traga agua y la escupe expandiendo los brazos, intimidante. Los pelos se erizan por esa milésima de segundo en la que Lemmy Kilmister nos recuerda qué hora es (“hora de jugar el juego”), Hunter se expande como un oso salvaje, la arena ruge y Lemmy suelta su risita burlona, como si estuviese presenciando el momento y señalara, “esto es lo que te espera, hombre muerto”.

Ahora sí, se vuelve. Hay más miradas desafiantes. Triple H lo pasa y se va la esquina, donde posa un poco más, despierta más reacciones y se las resfriega en la cara al protagonista original. Continúa su camino yendo a otra esquina, y es aquí donde el Undertaker empieza a mostrar irritación. Era su momento. Da un respingo y su mirar pasa de intrigado a enojado. No teme, no se deja amedrantar. Está molesto, y cuando está molesto no son buenas noticias para quien sea que tenga en frente. Triple H sigue con sus jugarretas frente a la gente, hasta que no. Se baja del esquinero. Las luces vuelven a la normalidad y la música de Motörhead se desvanece, dando paso al careo y los cánticos de “¡Triple H! ¡Triple H! ¡Triple H!”. Éste se acerca todavía más a su objetivo y esto, señoras y señores, pasa a ser una olla, un hervidero.

Se miran otro poco, sin querer despegar un ojo uno del otro. Hasta que lentamente, Hunter desvía su atención por sobre el hombro del Undertaker. Al cartel de WrestleMania. Taker copia la acción y al volver a encontrarse las miradas, le hace una sonrisa burlona. Ahora sabe las intenciones de su contraparte. Pero no pretende darle el gusto. Niega con la cabeza, vuelve a ponerse el sombrero y se dispone a marcharse. La gente abuchea y entonces, receptivo, Taker se frena. Se toma unos segundos de meditación antes de regresar en sus pasos y, frenético, responde como solo él sabe hacerlo: el gesto del ahorcado, lo cual podría interpretarse como “estás jugando con fuego, chico, pero acepto tu reto”. No conforme con haber conseguido lo que fue a buscar, Hunter también muestra los dientes. Se echa unos pasos atrás y cruza los brazos sobre los genitales. Sin mediar una sola palabra, la guerra ha sido declarada.

30 de septiembre de 2024. Buenos Aires. Señoras y señores, esto es cine. O no, permítanme corregirme: esto es lucha libre.

Desde luego, lo que describimos es el segmento que compartieron el Undertaker y Triple H en el episodio de Monday Night Raw del 21 de febrero de 2011, una fecha que WWE venía haciendo hincapié desde hacía varias semanas, prometiendo una sorpresa. Se habló de Sting (que, créanlo o no, era el plan original y hasta hubo negociaciones), pero finalmente el protagonismo recayó en el “Deadman”… hasta que, claro está, Triple H decidió interrumpirlo. Vaya manera de interrumpirlo, igualmente. Una manera que solo puede ser lograda por la lucha libre, envasando un nivel de épica que muy pocas otras artes son capaces de replicar (posiblemente el cine, no así ningún deporte ni otra forma de entretenimiento).

El storytelling de aquello noche fue impecable. Taker regresó y Hunter lo retó. Un año antes, el príncipe de las tinieblas venía de retirar a su mejor amigo, Shawn Michaels, en la Vitrina de los Inmortales después de vencerlo en una lucha de apuestas de carrera vs. racha, explicando el profundo odio. Las expresiones faciales, las muecas y los sentimientos demostrados, aparte de las burlas y los gestos característicos de ambos, hicieron todo el trabajo. No se dijo una palabra, ni por parte de los luchadores ni por parte de los comentaristas. Solo música, suspenso, gritos y gestos. El mundo entero captó el mensaje.

Pero quiero detenerme en el encabezado de este análisis tan personal, pero que estoy seguro que la gran mayoría, por no decir la totalidad de todos los que aquí nos encontramos leyendo estas líneas, compartimos. Y es que cuando hago énfasis en que “no hay nada como la lucha libre”, por supuesto que debemos destacar la acción en el ring, el contar historias, la comedia, el drama, las montañas rusas de emociones; las promos, la producción, la conexión con la audiencia. Sucede que no hay nada, absolutamente nada como las sorpresas.

Son contadas las veces que nosotros como seres humanos conseguimos sentirnos tan llenos, tan vivos y alegres, despertar sensaciones tan intensas como cuando las primeras notas de un tema que conocemos muy bien y que hacía mucho no escuchábamos se filtran en nuestras pantallas. Ver a esa cara tan familiar regresar cuando no la esperábamos, replicando paso a paso los movimientos que crecimos viéndoles realizar y llevándonos nuevamente a ese lugar en el que estábamos tantos años atrás, mostrándonos que a lo mejor el tiempo no había pasado, o que sí, ha pasado, pero las cosas no han cambiado tanto después de todo. Eso es la lucha libre.

En la música, por ejemplo, con su espectacularidad y todo, es algo que muy pocas veces se ha dado. Se nos viene a la cabeza un caso particular (Axl Rose apareciendo de la nada en el tributo a Freddie Mercury en Wembley), y no mucho más. En el fútbol no existe cosa tan pomposa, tampoco en el basket, béisbol, fútbol americano o el deporte que fuera. Ni siquiera en las artes marciales mixtas, una disciplina que sacó muchas cosas del libreto de la lucha, pueden decir haber sentido una adrenalina semejante.

En cambio, lo que la lucha nos regala es inimitable. Y si quise pasarlo a escrito es porque no muchas veces nos detenemos a pensar lo único que es este maravilloso mundo, pequeño, sí, pero tan especial y por momentos, tan grande.

Personalmente, cada tantos meses vuelvo al mismo ritual. Como un ávido lector y fanático no puede leer Harry Potter o El Señor de los Anillos solo una vez, regreso a la serie de videos que despiertan sensaciones que ninguna otra cosa consigue. Seguramente tú, luchamaníaco, también. Seguramente vuelvas aquí en unos meses, sabiendo que estos inolvidables momentos seguirán esperándote. Y como en Cuadrilátero Tops somos buenos samaritanos, te facilitamos algunas herramientas predilectas de la casa para que tú mismo puedas tener su propio ritual aquí y ahora… Esperándote cada vez que busques estimulación. Así que anoticien a sus pelos que preparen el proceso de erización. ¡Aquí vamos!

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No hay nada como la lucha libre… ¿verdad?

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